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La soledad que mata

 

Por José María de Páiz

 

Abocados a pertenecer y a formar parte, a integrarnos, a que nuestra individualidad se una a la de otros para que seamos dos o varios. Profesando una religión o creencia  que llene los bancos de un templo o una sala de estar. Enfervoreciéndonos con un deporte que despierte un sentimiento tribal  que llevamos impreso en los genes. Siguiendo en su página web a un mediocre concursante televisivo. Afiliándonos a un partido político, a una asociación vegana o a un colectivo en defensa del lagarto. Apuntándonos en cursos para aprender a respirar o a gimnasios que tonifiquen nuestros mullidos cuerpos.

 

Utilizamos y disponemos de todo tipo de herramientas y estrategias para evitar la soledad. Aseguran los expertos que ¨la soledad¨- entendida como aislamiento social- puede representar una amenaza mayor para sistema  sanitario que la obesidad (lo dice un estudio de la Universidad de Chicago publicado en 2015). Existen patentes evidencias de que la soledad mata (entiéndase la no escogida). En definitiva, que vive más el que está socialmente conectado a los demás.

 

Perteneciendo a 20 grupos de whatsapp, u  otros tantos de Facebook en los que mostrar a la simpática mascota, las ocurrencias y lo guapos que crecen tus hijos o el plato que cocinaste para tus amigos, buscando likes desesperadamente que nos aseguren que no estamos solos en la galaxia virtual, y tampoco en la real. Necesitamos a los demás. 

 

Las redes sociales no proporcionan compañía, porque no sustituyen  el contacto personal. Hay una estampa cada vez más común, varias personas juntas mirando sus móviles sin hablarse ni mirarse entre ellas. La distancia social no se mide en metros.  Nos conectamos más digitalmente pero la prevalencia a la soledad sigue aumentando.

 

Y eso no significa que la soledad no sea necesaria en varios momentos del día o en algunos periodos  de nuestras vidas, lo es tanto como el silencio para la música o el viento para los navegantes, pero hay  soledades que matan o te quitan la vida, la impuesta o la que torpemente te has buscado.

  

Y así vamos y nos dirigimos, hacia un mundo cada vez más poblado, con personas cada vez más solas y rodeadas de gente.

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