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Polarización, demagogia, populismo

 

Francisco Pomares

 

El Congreso del PP decidió el sábado convertir a Pablo Casado en presidente del partido. La decisión se produce en un momento de extrema dificultad política y debilidad interna para un partido dividido entre dos estilos de hacer política, castigado por la corrupción, y aún anonadado por haber perdido el Gobierno -sin esperarlo- en una moción de censura imposible. Todas esas circunstancias -y los datos demoscópicos- apuntan a que el PP se encuentra en la peor situación de su historia. Podría pasar de ser el partido con mayor representación en el Parlamento español, a ser el tercero, dejando además de ser el más representativo en la derecha, si ocurre que Ciudadanos, como apuntan todavía hoy los sondeos, le arrebata ese puesto. La elección de Casado, un aznarista de 37 años, es la de un tipo con arrestos que se ha batido el cobre en los peores momentos defendiendo en los medios, los informativos y las tertulias al PP cuando nadie quería hacerlo. Pero es también la de un personaje mediático y cínico, que infló su currículo sin rubor alguno y que ha presumido de un máster aún investigado por la justicia.

 

Casado ha sido elegido en un Congreso abierto, el primero de la historia del PP, pero no parece que ésta sea la elección que puede volver a llevar al PP hacia el centro político. Está por ver lo que ocurrirá cuando haya que dar la pelea no por los votos de los (pocos) afiliados representados en el Congreso, instalados en un discurso muy derechista. Habrá que ver si el candidato a la presidencia del Gobierno mantiene en unas elecciones el discurso que lo ha convertido en ganador: parece difícil que el PP -que ha sido parte esencial en el modelo de partidos español-, pueda seguir como una fuerza mayoritaria optando por la caverna y enarbolando un discurso con tufo nacional-católico como el que el sábado dio la victoria a Casado entre sus compromisarios. El PP ha elegido el rearme conservador, pero no está claro que los votantes del centro derecha español estén dispuestos a avalar un cuestionamiento sistemático de los adelantos en libertades en los últimos años -matrimonio homosexual, cuestionado por Casado en su campaña, pero también sus comentarios sobre cuestiones de género, o retrocesos en la Ley de Aborto-, o acepten suspender la Ley de Memoria Histórica, o asuman que la religión católica debe ser asignatura evaluable. Para recuperar a los votantes de centro derecha que hoy prefieren a Ciudadanos, el PP debería optar por otras fórmulas que son -probablemente- las que demanda un electorado menos ideologizado que sus compromisarios. Por ejemplo, el rechazo de la corrupción, o el reconocimiento de los errores cometidos en Cataluña (algunos por pasarse, pero la mayor parte por no llegar), o la necesidad de reconocer públicamente que el modelo al que hay que parecerse es el de la derecha europea, laica y liberal, que cree en sociedades abiertas. Casado, sin embargo ha preferido plantear que el nuevo PP debe dar cabida tanto a los votantes de Vox como a los de Albert Rivera. Error: no se atrae al votante de centro haciendo políticas de ultraderecha. Y las elecciones se ganan en el centro.

 

El PP de Casado será -como es el propio Casado- más mediático, más instalado en eslóganes -la unidad y la regeneración, por ejemplo, dos mantras muy posverdad-. Pero lo que este PP ofrece a la sociedad española es justo lo contrario de lo que España necesita hoy: desprecio a la autocrítica y el entendimiento. Y más polarización de los ciudadanos entre opciones irreconciliables, más enfrentamiento entre ideologías, más conflicto entre el centralismo y la periferia. Más demagogia, en suma. Más populismo. Justo lo que ya nos sobra..

 

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