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Que pase algo (por favor)

 

 

Francisco Pomares

 

 

Un amigo militar me comentó hace años una frase que desde entonces ha permanecido grabada en mi memoria RAM: "Nunca pasa nada", me dijo. Y remató: "Y si pasa, tampoco es importante". Mi amigo no es un oficinista o un camarero harto de llevar una vida aburrida. Es un tipo con algunos años de experiencia en misiones de paz en Bosnia, Líbano y Afganistán (bonito eufemismo eso de las "misiones de paz", cuando lo que haces es soportar que te disparen a la que te descuides). Que alguien con una experiencia así tenga esa visión tan relajada del devenir de los acontecimientos ayuda a relativizar lo que nos sucede a los que no vivimos instalados en el conflicto directo todos los días.

 

Comento esto a cuenta del lío de Cataluña, es obvio: ayer, Puigdemont mandó otra carta-trampa en la que reconoce implícitamente que la independencia no ha sido declarada, pero amenaza con hacerlo. Es un simpático contrapunto a su declaración de independencia suspendida de hace algunos días. Si seguimos un tiempo más, no sé qué más se inventará: quizá una independencia independiente, o una suspensión suspendida, no sé. A la carta de Puigdemont, ha contestado el Gobierno anunciando -en un comunicado- que se activa el artículo 155, pero es también una activación suspendida, o al menos retrasada. Resulta que Mariano Rajoy está de viaje y no puede reunir al Consejo de Ministros hasta el sábado, y luego tiene que reunirse el Senado -probablemente no la próxima semana, la otra- y habrá que pedirle a Puigdemont que alegue lo que tenga que alegar, y así, supongo que seguiremos sin que pase nada hasta el mes que viene, cuando medio país ande ya completamente podrido de esta historia.

 

Rajoy lleva cinco años en plan gallego, mirando en dirección contraria a la que hay liada en Cataluña, convencido, como mi amigo militar, de que nunca pasa nada, y de que si pasa, tampoco tiene tanta importancia. Puede que su infinita capacidad para demorar las decisiones añada a la situación un plus de benévola somnolencia. Pero al menos debería explicar al conjunto de los afectados por esta farsa -los ciudadanos de Cataluña y de toda España- lo que piensa hacer. La última vez que se dirigió al país tuvo que salir luego el rey Felipe a traducir lo que había dicho para que lo entendiéramos. Que nos explique -y si es posible lo haga ya- qué es lo que va a hacer su Gobierno -y el Estado- en los próximos días.

 

Porque no está claro que esta tendencia a dejar pudrirse todo, que caracteriza las reacciones (por llamarlas de alguna manera) del señor presidente, está resultando útil a lo que se persigue, que es aflojar tensión. No tomar decisiones sobre la marcha, movido por los titulares de los medios, la presión de la calle o la histeria de tus correligionarios y/o votantes, puede ser una cualidad de estadista. Quién sabe. Pero lo de Rajoy tiende a ser más narcotizante que balsámico: puede que el efecto que se persigue sea relajar la tensión y agotar el esfuerzo de la revuelta callejera, pero lo que va a conseguir va a ser agotarnos a todos los que aún confiamos en la capacidad del Estado de Derecho para hacer que se cumpla la ley. O va a ser verdad que aquí -pase lo que pase- no pasa nunca nada.

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