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La izquierda necesaria en Canarias (I)

 

Juan Jiménez González

S. G. A. L. Pto. Rosario

 

A pesar de que las respuestas habituales a periodos históricos de decrepitud liberal y conservadora vienen dadas por reacciones políticas de izquierda, como fórmula social de buscado equilibrio socioeconómico, esas catapultas progresistas tienen un incierto alcance, puesto que su armazón responde a necesidades de urgencia, a menudo refugio para populismos rapaces de distinto espectro. Sin embargo, la consolidación ideológica de contraste de largo alcance es la que realmente puede servir de verdadera herramienta de cambio social, de precisa justicia reparadora ante los crueles desajustes que marca la desigualdad.

 

En la Canarias de hoy, independiente de cualquier otra consideración de orden tendencial en las derivas ideológicas, se mantienen dos movimientos políticos tectónicos fundamentales, en función de la orientación geográfica que analicemos. Si nos disponemos a observar la región como un todo político, habremos de reparar en las evidentes pulsiones insularistas que marcan las distancias medidas entre los intereses de cada uno de los siete grandes territorios que nos conforman. Por el contrario, si nos atenemos a poner la lente en cada uno de esos caleidoscopios insulares, nos podrá sorprender, por un lado, la latencia de determinados y tímidos modernos caciquismos revestidos con la obvia aura sufragista, y, por otro lado, el indisimulado tránsito de intereses económicos privados de variado pelaje por senderos públicos insuficientemente iluminados.

 

Así, resulta evidente que el paraguas del insularismo cobija gran parte de los males que ha de combatir la izquierda nítida que necesitamos en Canarias, una izquierda que necesariamente debe alejarse de las turbias aguas del liberalismo que procura teñirlo todo con la excusa de lo que siempre es conveniente, el pretexto ideal para congelar el criticismo de la izquierda tradicional.

 

La efervescencia de la izquierda ideológica real no puede surgir del autoproclamado progresismo de ciertos nacionalismos -ninguno, en puridad, por propia definición y evolución, puede serlo-, ni de ningún partido de nuevo cuño de supuesto extremismo de izquierdas, que responde en cada distinto territorio del Estado según la previsión de lo que allí supuestamente se espera escuchar, en clara definición del populismo más clásico.

 

Siendo así, la propulsión de las políticas sociales de equidad, en tanto que su principal rasgo definitorio, ha de generarse desde una izquierda que no especule con las verdaderas necesidades que conforman la estructura de crecimiento de las comunidades populares de las que surge realmente. En ese sentido, esa verdadera izquierda no puede difuminarse en un caldo espeso removido con el cucharón del neoliberalismo: ese es el riesgo que corre cuando su mensaje no es nítido, ni su programa de factura genuinamente social.

 

El regreso al abordaje de las necesidades de una mayoría social sumamente sensibilizada con su conciencia de clase, dispersa hasta hace pocos años en el horizonte de un dorado económico ciertamente irreal, con la constatación de unos evidentes desequilibrios en la disposición de oportunidades, de recursos y de acceso a muchos servicios tradicionalmente situados en el ámbito del estado de bienestar, conduce a la necesidad de alcanzar el socialismo real. Entiendo que ese destino debe alcanzarlo un nuevo partido socialista, un partido que luche por normalizar los anhelos de este pueblo.

 

 

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