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Doble vara para todos

 

Qué maravilla de visita de fin de semana a Canarias la que nos regaló el ministro Ángel Víctor Torres. El viernes convocó una reunión de alcaldes y portavoces municipales socialistas en La Laguna, en la que con gesto grave, acusó a Clavijo de practicar la “doble vara de medir” por pactar con Vox en varios municipios. “No es creíble —sentenció— decir que Vox es un partido fascista y al mismo tiempo pactar con ellos en Teguise, Granadilla o Arona”. Y acto seguido, para redondear el efecto, proclamó solemne: “El PSOE nunca gobernará con Vox en Canarias. Somos coherentes y lo cumplimos”.

 

​Aplausos. Música de violines. Y, de fondo, alguna sincera carcajada. Porque mientras Torres se envolvía en la bandera de la coherencia, en la península sus compañeros de partido gobiernan gracias a la ayuda —directa o por abstención— del mismo Vox que aquí Torres aparta del juego político. La lista de municipios gobernados por acuerdos entre el PSOE y Vox es larga y tiene denominación de origen socialista: Carrascal de Barregas, Sotoserrano, Vitigudino, Moreruela de Tábara, Gradefes, Loriguilla… y esos son solo los casos más conocidos. En Castilla y León, sin ir más lejos, mociones del PSOE han prosperado gracias a la abstención de Vox: reprobaciones, políticas de empleo, debates presupuestarios. Incluso una moción de censura en Villabrágima, contra el PP, salió con votos del PSOE y Vox hermanados como si nada.

 

​Pero, claro, eso ocurre en la península, donde debe ser que Vox no es fascista, sino solo un socio “circunstancial”. Allí las siglas cambian de significado en función de la latitud: en Canarias, Vox es Mordor; en Salamanca, un socio amable con el que compartir Gobierno y café.

 

​El contraste entre Canarias y Península es ciertamente delirante. Torres se indigna porque Clavijo, tras calificar a Vox de fascista, comparte gobiernos locales con ellos. Pero el mismo Torres dirige un partido que en media España se apoya en la abstención o el voto de Vox para sacar adelante alcaldías, mociones y presupuestos. La doble vara de medir de la que Torres acusa a Coalición parece ser un instrumento de uso bastante común. ¿O es que la gravedad específica del fascismo en Vox cambia con el clima? Quizá a nivel del mar y con calor resulte intolerable y a 600 metros de altitud y mucho frío, el fascismo se congele y se vuelva tolerable, como la presión atmosférica.

 

​La política, ya se sabe, es el arte de tragar sapos sin atragantarse. Lo hace todo el mundo, sin excepción. Pero lo de Torres es una coreografía digna de un musical de Broadway. Con un pie baila la tarantela de la pureza democrática y con el otro zapatea sobre una lejana alfombra de pactos de conveniencia. Todo ello mientras sermonea a los demás sobre principios. Principios, sí, esos recursos tan queridos de la mitología política que aparecen en los discursos electorales y se esfuman en cuanto llega la hora de repartirse el poder, sus sinecuras y canongías.

 

​Lo más asombroso es la naturalidad con la que se explica la contradicción. En Canarias, “nunca gobernaremos con Vox”. Pero en la península, si es necesario, se “habla con todos por el bien de la ciudadanía”. Esa es exactamente la justificación ofrecida por el alcalde socialista de Carrascal, en Salamanca, que desbancó la lista más votada -la del PP- gracias al voto de una concejal de Vox. No fue el único caso en Castilla- León. Vox dio seis alcaldías al PSOE y a cambio obtuvo dos alcaldías ganadas por el PP gracias al voto de concejales PSOE. Porque una cosa son los principios y otra las conveniencias. El resto es la magia del relato: basta con mover el mapa unos cuantos cientos de kilómetros para que el fascismo de Vox se convierta en tolerable, incluso razonable. Es sólo un fascismo de andar por casa, y además no debe ser tan fascista cuando ayuda a bajarle votos y humos al PP. Muy conveniente.

 

​En cuanto a Coalición Canaria, tampoco está para dar lecciones: la arremetida de Clavijo asegurando que Vox es un partido fascista no es precisamente muy académica, pero eso es hoy lo de menos. Para un partido que ha pactado tres alcaldías importantes con Vox (y no esos ayuntamientitos peninsulares), tiene su cosa admitir que el todo vale implica hasta jugar a ser coleguilla de fascistas. La política local es un saco inmundo de pactos, presupuestos, mayoría absoluta y realismo. En política local no se suele presumir de castidad. Son frecuentes los adulterios y la costumbre de compartir cama está muy extendida. Torres, que fue alcalde antes que fraile, debería saberlo bien.

 

​La política española parece cada vez más una comedia bufa. Los actores se pelean, se acusan, se escandalizan, y entre bambalinas se reparten papeles y dineros. Si ayer Puigdemont era un prófugo peligroso y hoy es “interlocutor necesario”, mañana –quién sabe– el ogro que es hoy Abascal podría ser socio preferente. Cuando Torres imparta lecciones de coherencia, conviene recordarle que la geografía no cambia la química: el Vox que en Canarias huele a azufre es el mismo que en Península le regala alcaldías al PSOE. Todo lo demás es gesticulación. Puro teatro.

 

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