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Robinson Crusoe y el neocolonialismo ecofascista. Fernando Swartz Arencibia

 

Decía Jossep Goebles en su retórica propagandística nazi que repetir una mentira mil veces la convertía en verdad. Y tenía razón

 

En este sentido la familiaridad de una realidad que no ponemos en duda cuando la oímos mil veces puede sobreponerse a nuestra racionalidad, dejamos de pensar en términos de correcto o incorrecto para pasar a variables mucho más viscerales, en ese punto se complica separar el grano de la paja.

 

Los ejemplos se multiplican en nuestra vida cotidiana, apartamos conceptos complicados siempre que nos den una salida sencilla y envuelta en términos grandilocuentes. A la velocidad que los tiempos de la nueva sociedad de la información vamos recibiendo datos, es más sencillo unirse a la legión de negatividad “fácil”, antes que buscar fórmulas más razonables y razonadas que puedan ser más objetivas o reales.

 

Todo esto va ligado a lo rápido que procesamos unos hechos concretos. Nuestra mente tiende a interpretar “la verdad” según información previa y la información que recuperamos de la memoria, aunque sea mentira, es "más fluida o familiar que algo que se aprende por primera vez".

 

Además en estos tiempos intentar confrontar las noticias “que no son reales”, puede ayudar a propagar el apoyo del bulo en si mismo. Lo que es en apariencia más sencillo y falso puede convencernos mejor que lo cierto y complejo y que, como dirían otros poetas del siglo XXI, todo lo que rima es verdadero.

 

Fuerteventura y las realidades paralelas

 

En Fuerteventura se lleva tiempo usando la estrategia de Goebles. Se repiten mantras vinculados a conceptos como ecología, urbanístico, pelotazo, paisaje, aplicados a conceptos negativos y se convierte en verdad lo que son solamente opiniones, cuando no burdas manipulaciones. De esta forma van calando medias verdades forzadas por colectivos sin interés en el progreso social más allá del Status Quo actual, más allá del ideario ecofascista.

 

La escisión entre la cuestión social y la cuestión ecológica brinda un espacio político e intelectual para el ecologismo autoritario. Ese riesgo es aún mayor en la actualidad, cuando el autoritarismo se está naturalizando como solución política a todas las crisis de un mundo estructuralmente catastrófico.

 

El territorio deja de tener valor para el progreso bajo el paraguas ecofascista, el territorio se convierte en un “ideal” donde hay que mantener lo que denominan “Nuestro modelo”.

 

Por ejemplo si alguien dice “pelotazo en las dunas”, aunque se trate de un proyecto a kilómetros de las dunas, pegado a una autovía y sin camas turísticas y en su cerebro se proyecta una imagen negativa que repetida hasta la saciedad le aparta de la premisa inicial de desarrollo sostenible, le lleva a desarrollar desafecto por cualquier circunstancia relacionada con la idea inicial. Ha sido usted inoculado por la idea, que no el “ideario ecofascista”.

 

¿Y el progreso que?

 

En este sentido la premisa “sin interés en el progreso” por parte de quien repite el mantra está íntimamente relacionado a personas cuyo ideario elitista y acomodado forma parte una fórmula utópica de negación a cualquier modo de desarrollo, por más sostenible que pueda ser. Esto en parte porque los representantes de estos colectivos y los medios que amplifican el discurso “ecofascista” suelen ser perfiles cuyo arraigo con la sociedad majorera no tiene vínculos familiares de ningún tipo. No les interesa el progreso de la sociedad en la que viven, les interesa perpetuar su “ideal de vida”.

 

Su ideario de pertenencia no son vínculos familiares, abuelos, hijos o primos, su idearios son negocios, ideologías y sobre todo un momento libertario que me gusta denominar “Yo Robinson, tu viernes”.

 

No se si recuerdan la novela de Daniel Defoe. Robinson Crusoe era un inglés que llegaba a la isla en un naufragio, sabía hacer de todo y encuentra un indígena al que llama Viernes por ser el día de la semana que lo encontró.

 

Si, en Fuerteventura llegan muchos Crusoe que no le tienen apego al progreso de Viernes, es más huyen del mismo. Como Robinson encontraron un paraíso utópico que no hay que tocar. Pero también hay algunos Crusoe isleños, cuya máxima vital es que hay que volver a modelos de desarrollo basados en paradigmas ya superados vinculados al sector primario. Modelos cuya única supervivencia está íntimamente ligada al paternalismo y las subvenciones.

 

Estos Crusoe isleños viven en mundos alternativos a nivel social, rodeados de la interesante opulencia que da el servicio de “lo público”, un lugar preparado para validar el sistema de control social, para establecer la alianza perfecta que el sector servicios necesita para perpetuar el modelo de "servidumbre" en el que llevamos décadas instalados.

 

En este punto para ellos el desarrollo sostenible fuera del sector servicios es inviable. Ningún desarrollo desde esta perspectiva es sostenible, y de esta forma estas personas consiguen desarrollar un Lobby que repite mantras como haría Goebbles. 

 

Y encuentra periodistas más interesados en el conflicto, en la venta de “su imagen”, en su propio modelo de negocio que en el desarrollo social. Y de esta forma es el aliado perfecto para amplificar los mantras del fascismo verde, “No, No y No”, es el modelo. El periodista suele ser un Robinsón foráneo, sin vínculos. Siempre pasa.

 

Fuerteventura vive en una encrucijada permanente y estos nuevos “fascistas” no dejan opinar a nadie sobre lo que significa el concepto desarrollo sostenible, su mantra es ley, una ley autoritaria que se retroalimenta con ferocidad en las redes sociales. 

 

Mientras, los majoreros miramos como nuestros hijos serán trabajadores de un modelo de servicios perpetuo, “yo Robinson, tú Viernes”. Dafoe puso con esta novela una lavadora literaria al racismo con la premisa, "Viernes no puede hablar porque no tiene lengua".

 

Viernes es el más enamorado de su tierra, el que siempre la ha protegido, pero Viernes no progresa, solamente sirve. Y por lo pronto calla, ya veremos.

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