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“El deseo de Federico”: la infancia como territorio de memoria y resistencia

Seleccionado en el I Festival de Cortometrajes de la Fuerteventura Film Commission, el corto ha encontrado además una notable acogida, superando en pocos días las 2.000 visualizaciones en YouTube

 

  • Redacción NoticiasFuerteventura
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    Hay cortometrajes que no buscan explicar, sino mirar. El deseo de Federico, dirigido por Javier Tendero, pertenece a esa estirpe de obras que avanzan con la honestidad de quien confía en el poder del silencio, del gesto mínimo y de la emoción sostenida. Seleccionado en el I Festival de Cortometrajes de la Fuerteventura Film Commission, el corto ha encontrado además una notable acogida en el ámbito digital, superando en pocos días las 2.000 visualizaciones en YouTube, prueba de que su relato conecta más allá del contexto insular que lo vio nacer.

     

    La película se articula desde la mirada de Federico, un niño que observa el mundo con una mezcla de inocencia y lucidez. Esa elección no es casual: el cortometraje construye su discurso desde la infancia como espacio simbólico, como lugar donde se entrecruzan tradición, fragilidad y verdad. Lejos de una representación edulcorada, el niño es aquí sujeto activo del relato, portador de una sensibilidad que interpela directamente al espectador.

     

    La interpretación de Federico Quesada destaca por su naturalidad contenida. No hay artificio ni sobreactuación: su presencia se impone desde lo orgánico, desde una expresividad que nace de la observación más que de la palabra. Tendero, en la dirección, demuestra una clara comprensión del tempo emocional del relato, permitiendo que los planos respiren y que las escenas se construyan desde la confianza en lo que no se dice.

     

    Uno de los grandes aciertos de El deseo de Federico es su fuerte componente emotivo, que nunca cae en el sentimentalismo fácil. La emoción surge de la identificación, de la cercanía, de la sensación de estar asistiendo a algo íntimo y verdadero. En ese sentido, el cortometraje adopta también una postura clara de activismo, posicionándose con firmeza en la defensa de la infancia: no como consigna explícita, sino como ética narrativa. El mensaje se encarna en la experiencia del personaje, no se subraya, se vive.

     

    La música original, compuesta por Oleksii Kalyna y Oleg Kirilkov, acompaña el relato con discreción y sensibilidad, funcionando como un hilo emocional que refuerza la atmósfera sin imponerse. El trabajo sonoro contribuye a crear una sensación de memoria viva, casi táctil, que dialoga con la imagen y amplifica su carga poética.

     

    Asimismo, el cortometraje establece un diálogo profundo y respetuoso con la tradición majorera, transmitiendo con gran sensibilidad el sentimiento de preservar la identidad cultural. En este sentido, la romería de la Virgen de la Peña adquiere un valor simbólico central: no se muestra como un acontecimiento folclórico, sino como una experiencia emocional y colectiva, observada a través de los ojos de un niño que descubre, asimila y hace suya esa herencia. La mirada infantil convierte la romería en un rito de transmisión, donde la tradición se entiende como algo vivo, frágil y necesario.

     

    El paisaje de Fuerteventura aparece así filtrado por esa percepción inocente y atenta, transformándose en un espacio donde se cruzan pasado y presente, memoria y deseo. Es precisamente en esa capacidad para narrar lo local desde lo íntimo donde El deseo de Federico encuentra su singularidad, logrando que la experiencia majorera se proyecte como un sentimiento universal.

     

    El recorrido del corto en plataformas digitales subraya además una realidad incuestionable: el talento majorero cruza fronteras gracias a la digitalización. Obras como esta demuestran que el cine hecho desde territorios periféricos no solo tiene voz, sino también audiencia, cuando encuentra los canales adecuados para difundirse. Una obra que deja poso y confirma que, a veces, los deseos más pequeños contienen las verdades más grandes.

     

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