Cristopher Nolan rueda La Odisea en "territorios ocupados" en el Sahara con el beneplácito de Marruecos
El rodaje repleto de estrellas genera polémica y las protestas del Frente Polisario, mientras Marruecos acelera como atractor de grandes rodajes
Lo que podría parecer un simple movimiento logístico o estético —buscar un escenario desértico para una película inspirada en el clásico de Homero— ha desatado la indignación del Festival Internacional de Cine del Sáhara Occidental (FiSahara), que acusa a Nolan y a su equipo, incluidos nombres de primer nivel como Matt Damon, Zendaya o Tom Holland, de “contribuir a la represión del pueblo saharaui por parte de Marruecos”. No es una acusación menor. En realidad, pone el foco en una cuestión incómoda para la industria del entretenimiento global: la responsabilidad ética de filmar en zonas de conflicto o bajo ocupación.
El Sáhara Occidental es, desde hace décadas, un “territorio no autónomo” según la ONU. Sin embargo, Marruecos lo controla de facto desde 1975 tras la retirada de España, y ha ido consolidando su presencia mediante asentamientos, inversiones y, cada vez más, gestos de “normalización” como la promoción de turismo, eventos deportivos o, ahora, grandes rodajes cinematográficos. Es en este contexto donde la presencia de Nolan y su equipo adquiere una dimensión política difícil de ignorar.
El silencio de Hollywood ante este tipo de decisiones es, cuando menos, ensordecedor. Mientras algunos actores y cineastas han alzado la voz en otros conflictos —Ucrania, Palestina, Irán—, en el caso saharaui prevalece la indiferencia o el desconocimiento, cuando no una complicidad pasiva.
Lo cierto es que la elección de Dajla como localización no ha pasado desapercibida ni para los activistas ni para la prensa marroquí, que ha celebrado abiertamente la presencia del director de Oppenheimer y de sus estrellas en lo que denominan “provincias del sur de Marruecos”. En términos propagandísticos, pocos gestos pueden ser más eficaces: una superproducción global, con figuras de enorme impacto mediático, validando indirectamente la idea de que el Sáhara es parte integral del reino alauí.
El cine, como toda forma de expresión, no es neutro. Las decisiones sobre dónde, cómo y con quién se rueda una película pueden tener repercusiones simbólicas y políticas profundas. Rodar en el Sáhara Occidental no es lo mismo que hacerlo en un desierto cualquiera. Supone tomar partido —aunque sea por omisión— en el conflicto.
Lo paradójico es que La odisea, la obra que Nolan ha elegido adaptar, es precisamente una historia sobre el exilio, el retorno, la identidad y la resistencia frente a la adversidad. Que esa epopeya se filme en un territorio cuya población vive exiliada o bajo ocupación desde hace medio siglo añade una carga de ironía difícil de digerir. Ulises quiere volver a casa; los saharauis también.
No se trata de pedirle a Nolan que resuelva el conflicto saharaui. Pero sí se le puede —y se le debe— exigir responsabilidad. A estas alturas de su carrera, el director británico no puede escudarse en la ingenuidad. Su firma implica millones de dólares, cobertura mediática global y una capacidad de influencia que pocos artistas poseen. Elegir filmar en un territorio en disputa, no es inocente. Y que su equipo permanezca callado ante las críticas tampoco lo es.