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¿Puede la Hubara soportar 50 grados? ¿Y las salemas? … ¿y los turistas?

 

Caminando entre polvo y sequedad en la garganta me decía a mi mismo que la regla de caminar 10.000 pasos estaba bien para treintañeros, que con 49.6 grados lo mejor era quedarse en casa a seguir exprimiendo el aire acondicionado, pero hay que andar, el colesterol no se baja solo.

 

A lo lejos me pareció ver una hubara, reliquia ancestral del ecosistema, pero debía ser una especie de espejismo, las hubaras hacía años que no se veían por la isla. Efectivamente no era una hubara, era un ecologista buscando hubaras.

 

Había perdido la razón hace mucho tiempo, cuando entendió que todo el argumentario ecologista de fin del siglo XX había hundido en la desazón a la generación siguiente a la suya. Aún recordaba cuando había soliviantado a media isla en no poner renovables para proteger, proteger, proteger... ahora sabe que no había opción, pero su locura le protege, como antes.

 

Una generación que por mucho que gritó por parar el consumo de combustible fósiles, por mucho que luchó por su futuro, vieron como  peleaban contra muros, contra gente nacida en otro siglo, contra ojos con vendas hechas para limpiar su cotidianidad, eran fósiles que no entendían nada de lo que ocurriría, y vaya si ocurrió.

 

Este era el último de un grupo de personajes que se habían tornado violentos en su argumentario, hasta se planteó entre psiquiatras de la época, tenían el trastorno negativista desafiante, se comportaron hasta el final como niños que negaban la realidad para tratar de solucionar sus propias ilusiones del siglo anterior.

 

Aunque me daba cierto respeto, ya que el grado de locura se había acrecentado con el calor de las últimas décadas, le hice un gesto amistoso al anciano, que de tanto buscar a la última de las hubaras, tenía el pellejo bien curtido por el incansable solajero y la sempiterna calima que nos acompañaba.

 

El hombre me vió, sonrió y siguió buscando su tesoro entre el pedregal, mientras canturreaba “donde está la llave, matarile rile rile, donde está la llave matarile rile roooo”.

 

No se si eso me dio más miedo que habérmelo encontrado de lejos en la llanura de lo que antes había sido una zona de gavias. Tropecé con un trastón que era casi un fósil de un pasado reciente, caí de bruces al suelo, pero solamente había polvo, nada grave.

 

El calor era insoportable, como casi siempre y me encaminé a mi casa, no la divisaba y eso pasaba ya casi siempre, demasiada calima,  me afeché el pañuelo y seguí subiendo. De las salemas hablamos otro día, ahora simplemente tengo demasiado calor.

 

Crónicas del terral, de cuando hubo que arremangarse. (Sept 2039)

 

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