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Buenas intenciones, malos resultados

 

El reciente encuentro de la COP28 se saldó, a última hora y contra pronóstico, con un acuerdo mediante el cual se pone coto a los combustibles fósiles. De acuerdo, de aquella manera y en aquellos plazos, pero se le pone coto. Lo que no nos dicen es que esto es una mala idea y que ya está bien de buenas intenciones como motor de decisión de las políticas que se dictan. Necesitamos no equivocarnos y, desde luego, no dejar a nadie atrás.

 

El mundo debe su prosperidad actual al consumo de energía y ésta es de procedencia fósil porque no tiene rival, ninguna es tan eficiente así sea renovable, nuclear o de bajas emisiones. Puede ser un lujo accesible para un activista del clima que vive en la 5ª Avenida de Nueva York o para un funcionario del Gobierno de Canarias proponer que se limiten las fósiles incluso aunque puedan ver afectados sus estándares de vida.

 

En un cálculo de beneficio y pérdida, no es un disparate que consideren, con esa visión benevolente que nos restriegan permanentemente, que les sale a cuenta. Lo que ya no es tan evidente es que eso sea dable en países en vía de desarrollo donde no contar con energía no supone prescindir de ningún lujo, es salvar vidas. Es lo que ocurre con hospitales africanos donde la intermitencia energética impide que funcionen las incubadoras convirtiendo esa falla en una sentencia de muerte para los neonatos.

 

El cambio climático es un desafío enorme que normalmente, como nos enseñara Julian Simon, pasa por alto que el único recurso sobre la tierra que no es finito es el talento humano. Los burócratas, hasta 80 mil se fueron a Dubai en sus aviones y su canesú, no pueden plantear soluciones desde arriba e ignorando lo que sabemos. Y sabemos que muchas políticas de contención del cambio climático está erradas o mal enfocadas, que nos plantean costes ciertos para resultados inciertos y que esto puede tener un resultado muy alejado del pretendido.

 

No tiene sentido sacrificar riqueza presente y futura insistiendo en lo que no funciona cuando esos poderosos presupuestos podrían ser destinados a solucionar problemas que sí conocemos y sobre los que tenemos respuestas. Así se titula el último libro de Bjorn Lomborg, “Lo que sí funciona” y en el que destaca políticas que mejorarían con mucho la vida en el planeta con un coste bajo y un beneficio extraordinario tales como curar la tuberculosis, la malaria y las enfermedades crónicas, atajar la desnutrición, mejorar la educación, garantizar la propiedad de la tierra y desarrollar el comercio, entre otras. Y desatar el ingenio humano para que cada vez seamos más eficientes con las energías con independencia de su procedencia porque prohibiendo los fósiles también se frena toda innovación en unos combustibles que podemos llegar a necesitar.

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