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El laberinto español

 José Carlos Mauricio

 

Parece que el PP no va a lograr ni una mayoría para gobernar ni una minoría para aparentar que gobierna * Las paradojas de la política pueden llevar a que su resistencia a un tripartito sin Rajoy abra la vía para otra opción que evite nuevas elecciones


El fracaso de la investidura de Rajoy ha vuelto a encerrar a la política española en el laberinto sin aparente salida del que hablaba Gerald Brenan en un magnífico libro escrito hace cerca de un siglo. Brenan explica el duro conflicto que se produce en la sociedad cuando la España que quiere reformas, avances y cambios se tropieza con la vieja España, aún muy viva, que repite desde hace siglos la máxima ignaciana “en tiempo de tribulación no se hacen cambios”. Y a base de no hacer cambios, este país ha acumulado una vieja deuda histórica de reformas sin hacer y transformaciones aplazadas, que el resto de los grandes países europeos ha realizado con extraordinario éxito y les ha llevado a su modernización.

 

Y como explica el clásico, solo es posible salir del laberinto si uno encuentra el hilo de Ariadna que te conduce a la única salida. Quizá el hilo de Ariadna empezó a tejerse el viernes a última hora de la tarde cuando Sánchez anunció que el apoyo a Rajoy no era posible, ni ahora ni después. Pero también vio evitables unas terceras elecciones. “Hay solución”, aseguró, y garantizó que el Partido Socialista será parte de esa solución. No se sabe bien en que estaba pensando pero afirmó con toda convicción: “Los socialistas no somos el problema, formamos parte de la solución. El problema es Mariano Rajoy, que va a ser derrotado en esta sesión de investidura”.

 

El debate 

Para ser más precisos habría que hablar de dos debates. Dejaron algunas reflexiones e insinuaciones en las que vale la pena detenerse si queremos seguir tejiendo el hilo que nos saque del laberinto. Empecemos por el candidato, señor Rajoy. Estuvo correcto y equilibrado. Y a pesar que le tocó iniciar el partido con el viento a favor, montado en una gran ola político-mediática a favor de su candidatura, hizo un discurso sin fuerza ni convicción. “Sin alma”, como algunos señalaron. Sabía que iba a perder y se le notaba. Precisamente sus aliados de Ciudadanos fueron sus jueces más duros: “Ha hecho un discurso plano y burocrático”. Y añadieron sin tapujos: “Si el candidato no está convencido que va a ganar, ¿cómo va a convencer a los demás?”.

 

De ahí que el señor Rivera centrara su intervención posterior en intentar convencer al PSOE de su apoyo: “Ya que el candidato no había hecho esfuerzos suficientes para lograrlo”. Se dirigió a Sánchez de forma expresa, con una declaración sorprendente que hace historia en los anales parlamentarios: “Señor Sánchez, solo le estamos pidiendo una abstención técnica, que en nada le compromete. Deje formar un gobierno en minoría del PP en que nosotros no estaremos. Pasaremos a la oposición como ustedes. Y juntos gobernaremos este país. Haremos las leyes y las reformas necesarias. Para eso tenemos mayoría, aunque se oponga el PP. Será el Parlamento el que realmente gobierne España y no el Gobierno”.

 

En el Congreso de los Diputados nunca se había oído una cosa así. Como es sabido, los españoles somos un pueblo especialmente dotado para la imaginación, como la historia ha demostrado. Hemos sido capaces de inventar en casi todas las disciplinas, y ahora también en la política”. El caso es que solo hay un precedente que se parezca de lejos a esta ocurrencia singular de Albert Rivera: la famosa cohabitación de Mitterand y Chirac, líderes de dos partidos distintos y opuestos, que gobernaron Francia al mismo tiempo hace décadas, uno como presidente del Estado, con grandes poderes ejecutivos, y el otro como jefe del Gobierno. Ahora, por lo visto, se propone la cohabitación de dos gobiernos, uno del Partido Popular y otro del resto del Parlamento.

 

El Partido Popular intentó disimular y no hacer caso a la afrenta, que ponía en evidencia ante todo el país la falta de solidez del gobierno que se proponía. A la primera, callaron y disimularon; a la segunda, no pudieron aguantarse y estallaron, en especial cuando Rivera inició su segundo desplante: “¿No creen que ya va siendo hora que piensen en un nuevo candidato que consiga los apoyos necesarios para poder gobernar de verdad?”. Esto, para Hernando, ya fue demasiado. El portavoz del PP, al que se le conoce de viejo una extraña inclinación a la descalificación y al histerismo, se lanzó sobre Rivera sin piedad: “A nosotros no nos gusta hacer pactos que duren quince minutos. Rajoy es nuestro candidato. Lo es ahora, lo será después y lo seguirá siendo muchos años más”. La diatriba de Hernando logró un emocionado aplauso de toda la bancada popular, incluyendo a Soraya y a García Margallo, los dos “tapados” de una posible sucesión. Hernando recibió también un agradecido abrazo de Rajoy al pasar a su lado de vuelta a su escaño.

 

Pero los grandes aplausos, ni siquiera los vítores, logran tapar las cuestiones políticas de fondo. Y al margen de las emociones, la investidura del candidato había demostrado que tanto Rajoy como la continuidad de sus políticas económicas, sociales, territoriales e institucionales no van a lograr una mayoría para gobernar, ni siquiera una minoría para aparentar que gobierna.

 

Sin Agenda Canaria

Fue en esos momentos cuando Ana Oramas y Fernando Clavijo comprendieron que la llamada Agenda Canaria, por ahora, no es posible. Queda aplazada para el año que viene o no se sabe cuándo. Y comprendieron también que al Gobierno de Canarias le queda aún una larga travesía del desierto: gobernando la precariedad y sin los medios que necesita desesperadamente. Sin poder afrontar la dramática subida de las listas de espera, sin contar con los recursos para las urgentes reformas educativas, para reducir el paro, la precariedad y la pobreza que están en los niveles más altos de España. Por muy extraordinario que sea el boom turístico, que por suerte tenemos, los problemas económicos y sociales de fondo en Canarias no se resolverán.

 

El camino equivocado, que nos ha llevado al lugar no deseado, se inició aquel 2 de septiembre de 2015 cuando el recién estrenado presidente de Canarias, señor Clavijo, se reunió en la Moncloa con Rajoy y le confesó: “No queremos mirar atrás, confiamos en ustedes. Queremos iniciar unas nuevas relaciones constructivas que permitan resolver los problemas de Canarias”. Pero se equivocó en una cuestión esencial: no exigir la recuperación de las partidas canarias en los presupuestos del 2016. Y ahora todo parece indicar que tampoco va a poderlas incluir en el presupuesto 2017. Se conformó con buenas palabras, con cesiones parciales y buenas intenciones. Pero como dice Montoro, “lo que no está pintado en los presupuestos, no existe”.

 

La solución y el problema

La sesión del viernes fue cuando Sánchez afirmó que era posible la solución sin necesidad de nuevas elecciones. Hay que esperar a las elecciones vascas y gallegas del 26 de septiembre y a la votación de confianza del Gobierno catalán, que se producirá en los siguientes días. Estos hechos condicionarán, sin duda, las posibles soluciones. Los grandes poderes del Estado, cada vez más preocupados, quieren pensar que la espera que propone Sánchez es para ganar tiempo. Y que el comité federal de principios de octubre apoye por unanimidad una abstención pactada aunque se le exijan fuertes condiciones al PP. ¿Cuáles serían esas condiciones? Ya Felipe González, desde América, acaba de proponer lo mismo que Rivera: la salida de Rajoy. Y la formación de un gobierno a tres con la incorporación de independientes.
Las presiones que va a recibir Rajoy, como las que recibió Sánchez, van a ser muy fuertes de todos los lados del espectro político y económico. ¿Resistirá el Partido Popular esta presión? Los caminos de la política, como los de la divinidad, son inescrutables. Porque al mismo tiempo hay otra parte del PSOE que está pensando en ofrecer un gobierno de transición de dos años, también con independientes, propuestos por los otros partidos con un programa de mínimos que obligue a una parte del bloque de los 180 a apoyarlo y a Ciudadanos a abstenerse, lo que le llevaría a la victoria en la segunda votación.

 

Dicen que esta segunda opción serviría para presionar, amenazar y forzar la primera. Pero las paradojas de la política puede llevar a lo contrario: a que la resistencia del PP a un tripartito sin Rajoy lleve a que se imponga “in extremis” la segunda opción para evitar unas nuevas elecciones. El juego es complicado, pero en estas situaciones es cuando se repite el viejo adagio: “La política es un arte”. Y es verdad. Pero también lo es el que en estos tiempos que corren en la política española escasean los artistas.

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