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Hacia la quiebra de lo público

 

El mantra “nadie quedará atrás” es bonito pero mentiroso. Es tanta la gente que se está quedando atrás que ya no ven a los que van delante.

 

España debe un 1,3 billones de euros; es una deuda salvaje y la más elevada de su historia. Las cuentas públicas están quebradas. Para sobrevivir se necesitan los 130.000 millones procedentes de Europa con la seguridad de que es un dinero escuálido para compensar la pérdida de 300.000 millones de euros a causa de la pandemia.

 

El escenario se completa con una caída estrepitosa del PIB de casi un 14%, que para Canarias está un 40% porque es la única economía del país que depende de un solo negocio, esencialmente. Lo que cae, de momento, no es lo público, es lo privado, lo que sostiene la Nación, lo que sufraga los sueldos de tres millones de funcionarios, de una legión de políticos, de 17 comunidades autónomas, de un Senado inservible, de una avariciosa hacienda que necesita imperiosamente de sus impuestos para sostener una grasienta red pública cara y, muchas veces, ineficaz.

 

Sin embargo en ese mantra (“nadie se quedará atrás”) todos los que se quedan pertenecen a la zona privada. Los mantenedores son derribados, agotados, mientras el resto se ponen más peso en sus mochilas para soportar el mismo orondo Estado. En paralelo lo que presenciamos son a políticos, representantes de lo público, prepotentes y felices porque de repente han “logrado” que toda la economía dependa de ellos. Es un ejercicio de estupidez, sólo entendible en seres que no se percatan de lo que les viene encima. Si la economía dependiera de lo público sencillamente no existiría dicha ciencia; sería Venezuela o Cuba. Si la sociedad precisa de una salida esta sólo reside en las vacunas y en la vuelta al trabajo, con todas las prevenciones, de las empresas privadas.

 

Pero no se puede evitar. Los grandes defensores de lo “público”, marxistas camuflados en su mayoría, están alegres por la paralización del sistema. Aunque esa alegría dura poco. Cuando pasa el tiempo se percatan de que también lo público está en la ruina y que el sistema es insostenible si aquello que demonizan no funciona. Les cuesta un poco captarlo pero si uno de ellos es el consejero de Hacienda entonces lo asumen a la primera. Y donde había pechos sobresalientes, orgullo desmedido, frases hirientes dedicadas al mercado tipo “nosotros les sacaremos adelante”, lo que surge es añulgamiento, cobardía, tristeza, pues saben que no hay dinero en la caja pública para tanta gente.

 

A esto se le llama madurar. Sería deseable que determinados mantenidos aprendiesen la lección para el futuro. Que lo público no puede sustituir lo privado y que lo privado merece un respeto, lo mismo que todos aquellos que invierten y se juegan su dinero buscando una riqueza a veces imposible. La endogamia de lo público por lo público sólo conduce hacia el fracaso y el corralito. El bichito se ha especializado en cortarle las alas a la la competitividad, y a dejar claro dónde está el camino recto para alcanzar una sociedad rudimentaria y llena de sufrimiento.

 

 

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