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La crisis de Ceuta

 

Tanta Ceuta como Melilla tienen igual población, algo más de 84.000 personas, la misma que la isla de La Palma. Pero La Palma se extiende en una superficie de 708 kilómetros cuadrados, por 18,5 de Ceuta y 12,3 de Melilla. Hay que vivir en Ceuta o Melilla para entender lo que puede suponer que entre seis mil y siete mil personas desesperadas se cuelen ilegalmente en tu territorio en menos de 24 horas, en lo que el presidente ceutí ha calificado de “invasión”. Hay que vivir allí para interiorizar el pasmo y la confusión de una entera comunidad ante esa imparable avalancha de gente. En proporción, lo de Ceuta es como si en una Canarias superpoblada y con un tamaño más pequeño que el de la isla de El Hierro hubieran entrado en 24 horas 200.000 migrantes africanos. Antes de recurrir a las viejas recetas buenistas de siempre, hay que meterse en la piel de los hombres y mujeres que viven allí, los que sufren lo que está ocurriendo.

 

Para empezar, esto no es sólo otro grave problema humanitario. Es una nueva demostración de la ‘realpolitik’ alauita, la ‘marchita verde’ del rey Mohamed, un desafío sin precedentes a la soberanía española, realizada con el extraordinario cinismo de unos gobernantes a los que no parece preocuparles el sacrificio de su propio pueblo.

 

Es también una monumental pifia de todo el sistema de seguridad español: ha fallado estrepitosamente el CNI, incapaz de prever y evitar la jugada, ha fallado Defensa, que ayer tarde ni siquiera había cursado instrucciones y reglas de enfrentamiento a sus oficiales para preservar al Ejército español de lo que pudiera haber sido una catástrofe. Y ha fallado la Delegación del Gobierno en Ceuta, que -esperando una llamada que no llegaba de Madrid- permitió que pasaran las horas y miles de jóvenes cruzaran la verja, sin enviar a la Policía Nacional o la Guardia Civil a reforzar a una policía urbana, incapaz de detener la avalancha. Pero sobre todo ha fallado la diplomacia española: falló el vicepresidente Iglesias al provocar a Marruecos hace unos meses. Y falló Sánchez permitiendo que el jefe polisario Brahim Gali fuera hospitalizado secretamente en España. El ministro del interior, Grande-Marlaska advirtió al Gobierno de que la decisión de acoger al presidente de la RASD, requerido por la Audiencia Nacional por tortura, podía traer graves consecuencias en las relaciones con Marruecos. Pero triunfó la frivolidad y se impuso la ministra de Exteriores, con el respaldo de Sánchez y de Iglesias. Ghali fue traído a España para ser tratado de Covid, ocultándose además su presencia a la Justicia. Al final, nos enteramos de que estaba aquí porque Marruecos filtró la información a los medios españoles. Penoso. La embajadora de Rabat en Madrid fue contundente ayer al explicar, tras ser citada de urgencia por Exteriores, que “hay actos entre países que tienen consecuencias y se tienen que asumir”. No podía ser más clara. Frente a esa respuesta, la ministra González Laya ha dicho eso de que las causas de la tensión con Marruecos “son múltiples y complejas”. Mientras doña Arancha redacta una tesis doctoral sobre los antecedentes históricos del contencioso entre moros y cristianos, Sánchez se ha ido a sacar pecho a Ceuta. Ha dicho que “defenderá la frontera bajo cualquier circunstancia”. Una banalidad: por esa frontera que él defiende se habían colado ayer 7.000 personas, la cuarta parte de ellas menores de 18 años que se quedarán en Ceuta.

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