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Solas

 

Se han quedado solas, las hemos dejado solas. Y resultan tan valientes, son tan valientes. Jamás llegaré a tener su fortaleza. No podría levantar un folio ante sus miradas, antes sus fusiles, ante ese odio que no entiendo. En Kabul cuatro mujeres afganas se han atrevido a salir a la calle, y se han puesto delante de un talibán. Lo han hecho para reclamar sus derechos. Un folio frente a las armas, unas frases frente a la sinrazón, a ese empeño en acabar con la mujer: defenestrarla, hacer que no exista, que no pueda formarse, ni trabajar, ni siquiera ir al médico sola. Siempre debe ir acompañada de un guardián, un hombre, su guía, su protector, su carcelero.

 

Imaginar que tuviera que vivir allí, o peor, que hubiera nacido en Afganistán. Siempre temblando, siempre con ese miedo atroz a que alguien entre y me acuse de lo más insignificante. Con eso les basta.

 

Me da mucha tristeza la imagen de esas niñas cautivas. Sin poder hacer nada, sin poder jugar como el resto de niños.

 

En una película que vi hace algún tiempo, una niña, para poder montar en bicicleta tenía que idear mil historias, mil estrategias. Lo más fácil es raparse la cabeza y tratar de vivir como un niño. Un niño triste y atemorizado que puede subirse a una bicicleta, que puede ir a la escuela a aprender matemáticas, y geografía, y reírse suavemente, o de forma atronadora, simulando ser lo que no son. Cualquier cosa, menos una niña, una mujer.

 

 

Desde esta distancia, desde esta cálida trinchera, admiro profundamente a esas cuatro mujeres. Y temo por ellas. Temo que les pase algo, no hoy, ni mañana, pero la semana que viene. Dicen que los talibanes ya han empezado a ir casa por casa buscando a los que consideran enemigos. Y entonces que pasará con estas cuatro mujeres que han sido capaces de rebelarse. Cuatro insignificante mujeres frente al odio inmenso del talibán.

 

Reconozco que no quiero pensar, y me niego a asumir, lo que les espera. Todo lo malo: a estas cuatro valientes, y a todas las demás. Y a esas niñas que no conozco y por las que siento mucha pena.

 

Tal vez de nada habrá servido una guerra que ha durado veinte años, pero las mujeres del mundo, y los hombres también, deberíamos levantar nuestras voces y no permitir que los talibanes puedan hacer con ellas lo que quieran. A pesar de Rusia, Estados Unidos, China, Turquía, la Unión Europea y esa larga lista de países que ya están anunciando que habrá que dialogar con los talibanes, porque han ganado la guerra.

 

Nosotras, nosotros, no podemos perder esta batalla. No podemos dejarlas solas. Una vez más.

  

P.D. No puedo terminar este texto sin acordarme de un hombre que estaría de acuerdo con mis palabras: Enrique Pérez Parrilla. Me gustaba mucho hablar con él. Un abrazo a su familia.

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