PUBLICIDAD

PUBLICIDAD

A+ A A-

Vida (y muerte) de un ingeniero

 

Ayer se cumplieron quince años de la muerte de Adán Martín, y aún cuesta hablar de él en pasado. Fue el último político que pensó el Archipiélago como un proyecto común y no como un reparto de islas, cargos y recursos. Ingeniero de formación y planificador por vocación, Adán fue muchas cosas -concejal, presidente del Cabildo, vicepresidente del Gobierno y presidente regional-, pero sobre todo fue un constructor de ideas.

 

Hay políticos que administran el presente y otros que modelan el futuro. Adán pertenecía a los segundos. Su visión de Canarias fue la de un territorio conectado, moderno y consciente de su propia identidad. Nunca se conformó con la inercia, ni con el argumento de la imposibilidad. Le gustaba pensar a largo plazo. De ahí que algunos lo vieran como un soñador, cuando en realidad era un ingeniero que diseñaba el porvenir.

 

 

Su carrera comenzó en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, donde dejó huella en el urbanismo de la ciudad: el Plan de Barrios, el PERI del centro histórico, la protección de La Noria y El Toscal frente a la especulación. Aquel joven concejal de la UCD -que pronto se convertiría en uno de los hombres fundamentales de ATI- entendió que las ciudades se planifican para los ciudadanos, y llevó ese mismo espíritu al Cabildo de Tenerife.

 

Durante doce años, transformó la corporación en una institución moderna, con visión insular y proyección exterior, y puso en marcha más de cuarenta planes coordinados con los ayuntamientos: Tenerife Verde, Tenerife y el Mar, la Red de Museos, el Plan de Patrimonio Histórico, el de Infraestructuras Culturales y Deportivas. El Recinto Ferial, el Auditorio que lleva su nombre y el TEA son testimonio tangible de esa etapa de ambición…

 

"Su discurso de investidura de 2003, el “discurso de la felicidad”, resumía su filosofía política"

 

Pero su legado no fue solo material. Adán comprendió antes que nadie que la cohesión de Canarias dependía de la conexión entre las islas. Su idea del Eje Transinsular de Transportes —aquella utopía de “no bajarse del coche” al pasar de isla a isla— no era una extravagancia, sino una metáfora sobre búsqueda de la igualdad. En su cabeza, las autopistas del mar eran una extensión natural del autogobierno: una forma de unir lo que la geografía separa. Cuando dio el salto al Gobierno de Canarias, primero como vicepresidente y luego como presidente, llevó consigo esa misma obsesión: planificar, coordinar, “darle una repensada” a todo.

 

Su discurso de investidura de 2003, el “discurso de la felicidad”, resumía su filosofía política con una frase que hoy parece utópica: “Nuestra obligación es trabajar para que los canarios tengan el marco adecuado para acercarse a la felicidad.” Era un hombre de pasiones serenas y pensamiento ordenado, que entendía la política como instrumento para mejorar la vida de los otros. Nunca fue un estratega partidario ni un político de trinchera. En un tiempo de ruido, urgencias y consignas, Adán fue silencio, paciencia y reflexión.

 

 

Su mandato gestionó avances duraderos: la mejora de la financiación en Sanidad y Educación, la incorporación de Canarias a las políticas exteriores del Estado y la convicción de que la crisis de los cayucos de 2006, cuando más de 30.000 migrantes llegaron a las islas, podía afrontarse desde la humanidad y la sensatez. Siempre fue un hombre sereno, capaz de defender lo que creía sin aspavientos ni estridencias. Su ruptura con el PP de Soria, por anteponer el PP la confrontación con el Gobierno del PSOE a las necesidades del Archipiélago, fue un gesto de dignidad política, una demostración de coherencia entre lo que decía y hacía: su vida fue el resultado de una ecuación entre razón y emoción.

 

En un tiempo de políticos que viven instalados en el titular y el trending topic, Adán representa aún al servidor público que piensa en generaciones, no en elecciones. Un hombre que creía que la felicidad -una palabra que pronunciaba sin rubor- no era un objetivo personal, sino una tarea colectiva. También en eso tenía razón: la felicidad se construye, como se construyen los puentes y los sueños.

 

"Murió como había vivido: sin estridencias, con templanza y dignidad"

 

Murió con apenas 66 años, y dejó la certeza de muchos planes pendientes. Afrontó el cáncer con la misma determinación con la que planificó su legado público: sin dramatismo, sin quejas, con sentido del deber. Década y media después, Canarias sigue su rumbo por caminos que él trazó, vive en los espacios que imaginó y aspira a consolidar las ideas que sembró: cooperación, planificación, sostenibilidad, cohesión.

 

Murió como había vivido: sin estridencias, con templanza y dignidad. Su última batalla no fue un gesto grandilocuente, sino un silencioso acto de entereza. Durante años convivió o con el tiempo y la enfermedad, sin perder la calma ni abandonar la mirada hacia el mañana. Seguía cuadrando planes, dibujando mapas, corrigiendo borradores. No se quejaba del peso del sufrimiento o el dolor, lo sobrellevaba como podía. Nunca pidió compasión ni reclamó atención de los extraños, pero se dejó querer por los próximos y asumió las consecuencias. Continuó siendo Adán, como si la muerte temprana estuviera ya fijada en su proyecto de vida. No fue heroísmo, sino intima resistencia, confianza en la razón última del vivir.

 

Toda esa fuerza callada merece un lugar en el recuerdo.

 

Comentarios (0)