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Cofete, un pueblo de leyenda

 

Con el silencio y la leyenda como compañeros de viaje, media decena de personas continúan viviendo aisladas en el poblado de Cofete

 

Redacción NoticiasFuerteventura

 

A más de quince kilómetros del pueblo más cercano. Aislados del estrés y de las prisas de las grandes ciudades, cuatro familias continúan viviendo en el que fuera uno de los pueblos más importante de Fuerteventura durante el siglo pasado.

 

Aislamiento, silencio, historia y kilómetros de playa virgen. Eso es lo que define a Cofete, un lugar mágico lleno de leyendas por el que los años han pasado sin apenas reparar en su pueblo y en su gente.

 

Con más de treinta casas que esperan la llegada de sus moradores en épocas veraniegas, Cofete acoge de forma permanente a unas cinco personas que no han sucumbido a las comodidades de los pueblos y las grandes ciudades.

 

Juan Viera nos contaba hace unos años  que nació y creció en este pueblo, y tras años de duro trabajo en Morro Jable a sus ochenta y dos, había vuelto a su casa para cuidar a su ganado por las colinas de Cofete. Recordaba con ternura como era la vida en este pueblo cuando en Fuerteventura no había nada más “En Morro Jable no había si no cuatro pescadores llegados de Lanzarote, pero el pueblo donde se vivía y se trabajaba era este” “Incluso –recuerda- cuando alguien moría aquí en Jandía lo traían por la vereda de la montaña a enterrar a Cofete” Una vida dedicada al campo y a la ganadería en la que siempre hubo tiempo para el disfrute. La mujer de Juan, Maria Dolores, que compartió desde pequeña la vida con su marido en este lugar recordaba que cada noche se reunían al calor del fuego contando historias y reviviendo las experiencias que el día a día dejaba en el pueblo. Historias que el tiempo borró porque los años olvidaron pasar por  Cofete  por las calles de este pueblo  donde ya no corren niños ni se vive de la labranza.

La vida en Cofete

 

El día a día de los pocos que aquí viven pasa por el cuidado de unas pocas cabras y el disfrute del silencio, un silencio que sólo rompen los cientos de turistas que hasta aquí llegan a diario y el ruido de los motores con los que consiguen tener luz en sus casas. Una vida lejos de comodidades que sus pocos vecinos no cambian por nada. “aquí se duerme como en ningún sitio”.

 

Pero a pesar de que eligieron volver al lugar en que nacieron, los vecinos de Cofete reclamaban en aquel momento más atención de las instituciones. A este lugar no llega ni el agua ni la luz, algo que no acaban de entender ya que a pocos kilómetros, en el poblado de la punta de Jandía un gran transformador da luz a los también pocos habitantes de sotavento.

  

Incomodidades del aislamiento

 

Pero este no es su único problema algunas de las casas de este pequeño pueblo llevan en pie más de setenta años y a pesar de estar habitadas sus dueños no pueden cambiar ni una piedra. Y es que los vecinos de Cofete viven en un espacio natural protegido lo que les impide mejorar las en ocasiones malas condiciones de sus hogares. “si al menos nos dejaran revestir las casas de piedra el pueblo se vería de otra manera” aseguraba José Viera, otro de los vecinos del pueblo.

 

Trabajar en Cofete

 

Pero todos los que viven aquí no son jubilados. Una familia completa se gana la vida en este lugar, los descendientes del mítico luchador “el faro de Jandía”, un hombre que a nivel deportivo lo consiguió todo en Canarias pero que tras vivir en Tenerife y la Palma decidió volver al único lugar que consideraba su casa “volví aquí porque aquí nací y me críe y cuando me tenga que ir quiero estar aquí también”. Y así lo hizo, volvió y abrió el único restaurante de la zona, un lugar que permanece abierto los 365 días del año, y al contrario de lo que pudiera parecer las mesas de este bar siempre tienen comensales “todos los días vienen muchos turistas, aunque sea invierno. En verano hay mucha más gente pero se puede vivir de esto durante todo el año”.

 

Turistas que llegan atraídos por el impactante paisaje de este lugar, y por las innumerables leyendas que rodean a la historia de Cofete.

 

La casa Winter

 

Y la leyenda de este lugar tiene un nombre propio, Gustav Winter. Un ciudadano alemán que en los años cuarenta compró la península de Jandía y construyó aquí la ya emblemática casa Winter. Una mansión rodeada de leyendas e historias que resultan indiferentes para los vecinos del pueblo quienes tienen sus propios recuerdos del alemán.

 

Juan Viera uno de los más mayores de Cofete aseguraba que Winter compró aquellas tierras casi a la fuerza “engañó a todos los medianeros y les obligó  a firmar unos papeles, y luego nos quitaba la mitad de todo lo que cosechábamos, si hacíamos seis quesos había que darle tres, no era un buen hombre” Una opinión que comparten todos los vecinos de Cofete, que recuerdan al dueño de Jandía más como un invasor.

 

Mitos y Leyendas

 

Pero la leyenda que envuelve este lugar no surgió por la llegada de Winter a Jandía, sino por el levantamiento de la gran mansión en las lomas de las montañas de Cofete, en 1946, un lugar del que se cuentan decenas de historias: que si un refugio para los nazis, que si una base de provisiones para los soldados de la segunda guerra mundial, o que si túneles por los que los submarinos alemanes llegaban hasta la casa.

 

Todo leyendas que han servido como reclamo para turistas, literatos o cineastas, pero que los vecinos de Cofete, los que vivieron aquí durante el “reinado” Winter y que hoy siguen poblando este lugar, aseguran que no son más que habladurías. Juan Viera, que trabajó en partes de la casa lo tiene claro “ahí no hay túneles ni nada parecido, todo el mundo habla de eso, pero yo que he vivido aquí siempre nunca vi nada de eso, y además con las mares del norte que hay aquí ¿Qué submarino iba a poder maniobrar ahí?”

 

Algo que repite cada uno de los vecinos de Cofete, todos dicen lo mismo “aquí no hay nada ni nunca hubo nada” pero lo cierto es que al visitar la gran mansión Winter que permanece abierta para todos los curiosos, el visitante encuentra zonas tapiadas y cerradas a las miradas de los más ansiosos de misterio. Zonas que de manera casual están en los sótanos, algo que continúa alimentando las leyendas de este lugar.

 

Amor a barlovento

 

Pero los que viven aquí  lo hacen ajenos a leyendas, incomodidades y masificaciones. Ajenos a la tecnología, al agua corriente y a las líneas telefónicas, conectados por televisión los días en que el tiempo lo permite. Adorando a su santo, San Juan que cada mes de junio sacan de su ermita y pasean por las calles. Disfrutando del silencio y la paz de un paisaje único en el mundo. Yendo cada semana en busca de provisiones al pueblo más cercano pero volviendo siempre a su hogar, un hogar en el que el único ruido de la noche es el viento y el rumor de las olas.

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