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AÑO 1 D.C. Por Ramón Doval

 

El pasado 14 de Marzo de 2020 el mundo tal y como lo conocíamos se acabó y entramos en la era más aburrida, sumisa, obediente, narcotizada y estúpida de nuestra historia. El estado de alarma (no se merece ni la más triste mayúscula), intermitente pero a la vez continuo, nos confinó en nuestras casas, prohibió trabajar a millones de personas, cerró una absurda cantidad de comercios y empresas, y despertó una insana sensación de incertidumbre en el inconsciente colectivo al comprobar el derrumbe de los cimientos, más o menos estables, de la vida social contemporánea. Como el tiempo lo cura todo y nubla la memoria del pasado como defensa para afrontar la supervivencia del presente, olvidamos que el Covid-19, o la Covid, que parece que tenemos que ser paritarios hasta en la desgracia, no nos hizo una visita sorpresa, no llegó de manera casual como un pariente indeseado e indeseable para ofrecerle techo y comida sino que desde Diciembre del 2019 alertó todas las alarmas mundiales desde su constantacioó como epidemia en China. El gobierno de España, en su noble e incansable lucha por ser el más incompetente de todos los tiempos, consideró que la tradicional inacción política española (recordemos a Rajoy, de copas mientras le despedían) bajo amenaza de pandemia, no consideró que fuera necesario emprender, con los pocos datos que se tenían en la mano, campañas de prevención o divulgación para afrontar una posible crisis sanitaria. No, sus amaestrados chihuahuas presentadores y tertulianos en las televisiones públicas, Atresmedia y Mediaset quitaron hierro al asunto. Se reían en directo de los que usaban mascarillas, legítimas o improvisadas, de los que compraban papel higiénico y demás bienes de primera necesidad para un posible confinamiento, y afirmaban que irían sin temor de turismo y placer a Italia, invadida ya por el coronavirus, a disfrutar de sus maravillas culturales. ¿El motivo? La manifestación del 8M, más importante que la salud de un país. El gobierno y su ganado ovino de los medios de comunicación pensó que el espectáculo debía continuar, cayese quien cayese. Por eso tampoco previno contra aglomeraciones en partidos fútbol, espectáculos y demás formas de ocio. La propaganda, única forma de gobierno del siglo XXI, está por encima de millones de posibles infecciones y de la muerta de cientos de miles de ciudadanos que religiosamente pagan el sueldo de sus verdugos. La vicepresidenta Carmen Calvo afirmó que al pueblo se “le va la vida” si no iba a la manifestación. ¡Qué curioso! Se le fue… por ir. Tras la manifestación, el colapso sanitario, el caos, el comienzo de la nueva vida, el año 0. La realidad es terca e imparable. Supera cualquier publicidad, performance y propaganda. Y aquí estamos.

 

Ha pasado 1 año y nadie ha pagado por su falgrante incompetencia. Parece que a los españoles gratamente les estimula la negligencia de sus políticos. Las ideologías y sesgos son asuntos de cada partido. La negligencia y la estupidez son patrimonio de todos ellos, y se les vota constantemente. Nadie paga en el Régimen del 78. ¿Para qué preocuparse de la seguridad sanitaria, la economía, la agricultura, la industria, la pesca o la educación si los políticos, más o menos votados, siempre ocupan cargos y desayunan privilegios? Este año 1 D.C., que no es Después de Cristo sino Después del Covid, es el año de los ERE’s, del paro, de la destrucción de gran parte de la economía española y de las vidas que esta crisis se está llevando por delante, ya sea por motivos sanitarios o por la desesperación ante la terrible vida cotidiana que no alienta esperanzas de un futuro más o menos estable.



El año 1 D.C. es el año de la digitalización. Dicho en román paladino, es el año en que todas las empresas amigas del estado, las de siempre, los bancos y las eléctricas principalmente, van a cobrar de nuestro dinero y del de los ciudadanos de la Unión Europea para despedir a miles de personas, cuadrar sus balances y ahorrar costes funcionando con nuevas tecnologías que, como escribí anteriormente, nosotros les vamos a pagar. Todo por la “sostenibilidad”, la “ecología” y la “resiliencia”, términos desnaturalizados de sus valiosos significados originales convertidos en torpes vibradores sexuales retóricos de las nuevas sectas políticas en la Sociedad de la Información y los Datos. Sin embargo este año nos ha demostrado que este orgasmo tecnológico no va con las administraciones públicas. Parece que la sostenibilidad, la inclusividad y la resiliencia digitales no valen para el SEPE o la Seguridad Social. Que pregunten a quienes no han podido cobrar los ERTE’s. Que pregunten a quienes no han cobrado ni cobrarán el Ingreso Mínimo Vital, Que pregunten a quienes intentan pedir una cita on line con cualquiera de estos servicios públicos La Administración Pública cree en la inclusividad: todos incluidos en la puta calle y sin cobrar.



El año 1 D.C., el año covidiano, está siendo la muerte de todos los ideales de la Ilustración y del ya mortísimo Movimiento Obrero. Se acabó. Comienza la era de los humanos autómatas: pasivos y sumisos pero consumidores y eficientes. ¿Eficientes para quién? Para los estados, las Big-Tech, las corporaciones energéticas, el sistema financiero, que va a fundir mediante préstamos e intereses a los desesperados que con sus impuestos han rescatado a ese mismo sistema financiero. Los capitostes del mundo han comprobado y estudiado nuestra docilidad ante las restricciones y las coacciones. Han visto como los gobiernos en general, y el de España en particular, pueden anular cualquier derecho civil sin la más mínima resistencia ciudadana ante la coacción porque, ¡qué diablos!, tenemos Android, Google o Youtube.

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